La Visión Espírita
La sociedad contemporánea enfrenta nuevos retos para ampliar los rangos de tolerancia, equidad y respeto a la diversidad, valores esenciales para construir un mundo más justo. Desde la perspectiva espírita, estas cuestiones se fundamentan en la igualdad espiritual de todos los seres humanos, el reconocimiento de sus diferencias y la comprensión de sus roles complementarios en la vida terrenal y espiritual.
En el Libro de los Espíritus, Allan Kardec plantea la pregunta 803: “¿Los hombres son todos iguales ante Dios?”. Los espíritus responden: “Sí, todos tienden hacia el mismo objetivo y Dios ha creado sus leyes para todos”. Kardec reflexiona que todos los seres humanos están sometidos a las mismas leyes naturales, nacen con las mismas fragilidades y enfrentan iguales pruebas al final de la vida. Esto implica que no existe superioridad natural entre los hombres por nacimiento o muerte; todos son iguales ante Dios. Este principio de igualdad universal subraya la necesidad de tratar a cada individuo con justicia y respeto, reconociendo que las diferencias terrenales son parte de las pruebas necesarias para la evolución espiritual.
En El Consolador, Emmanuel enfatiza en la pregunta 56 que, aunque los derechos espirituales de todos los hombres son iguales ante Dios, las desigualdades terrenales responden a méritos y esfuerzos individuales. Afirma: “La concepción igualitaria absoluta es un error grave de los sociólogos. (…) Existe una igualdad absoluta de derechos de los hombres delante de Dios en la conquista de la sabiduría y del amor, a través del cumplimiento del sagrado deber del trabajo y del esfuerzo individual”. Esto sugiere que la equidad no significa homogeneidad, sino un reconocimiento de las diferencias individuales como parte del diseño divino para el progreso.
El Espiritismo reconoce la responsabilidad igualitaria de hombres y mujeres en el seno de la familia y la sociedad. Según Emmanuel, en la pregunta 67 de El Consolador, “el hombre y la mujer son portadores de una responsabilidad igual en el sagrado colegio de la familia”. Sin embargo, señala que el espíritu masculino, históricamente intoxicado por el abuso del poder, ha perjudicado la posición moral de la mujer a lo largo de sus múltiples existencias. Este análisis refuerza la necesidad de valorar las contribuciones del alma femenina y promover su libertad desde una perspectiva moral y espiritual.
Sin embargo, Emmanuel también alerta sobre los peligros de algunas corrientes feministas modernas que podrían desviar a la mujer de su misión espiritual: “La ideología feminista de los tiempos modernos, con sus diversas banderas políticas y sociales, puede ser un veneno para la mujer descuidada de sus grandes deberes espirituales. (…) Si existe un feminismo legítimo, ese debe ser el de la reeducación de la mujer para el hogar, nunca para una acción contraproducente fuera de él”. Este mensaje no busca limitar a la mujer, sino recordar que su papel unificador y su compromiso con el hogar son esenciales en el plan divino.
En la pregunta 818 del Libro de los Espíritus, los guías espirituales explican que la inferioridad moral de la mujer en ciertas regiones no es inherente a su naturaleza, sino un resultado del dominio injusto del hombre: “Es un resultado de las instituciones sociales y del abuso de la fuerza sobre la debilidad. En los hombres poco adelantados desde el punto de vista moral, la fuerza constituye el derecho”. Este reconocimiento revela que las desigualdades son producto de estructuras sociales y culturales, no de un designio divino, lo que invita a transformarlas a través de una mayor conciencia moral.
El Espiritismo aborda la diversidad sexual y de género como parte del plan divino para la evolución espiritual de todos los seres. Según Sexo y Destino, de André Luiz, las almas pueden reencarnar como homosexuales, bisexuales o en condiciones transgénero como expiaciones o pruebas necesarias para su perfeccionamiento. Félix explica que estas experiencias permiten aprender, superar prejuicios y desarrollar virtudes, subrayando que el alma nunca reencarna con el propósito de hacer el mal.
En el mismo libro se explica que, la justicia divina no discrimina entre “normales” y “anormales” según los estándares terrenales. “Las faltas de las personas con psiquismo anormal son examinadas con el mismo criterio que las de los considerados normales”, e incluso, en muchos casos, los desatinos de quienes gozan de privilegios son más graves por su mayor responsabilidad moral.
El Espiritismo también aboga por un futuro donde las diferencias sean tratadas con igualdad. Félix anticipa: “en el mundo venidero los hermanos reencarnados, tanto en condiciones normales como en las juzgadas como anormales, serán tratados con igualdad, en el mismo nivel de dignidad humana”. Este ideal responde a las injusticias históricas sufridas por aquellos con diversidades sexuales o de género, quienes han enfrentado rechazo y persecución que dificultan el cumplimiento de sus tareas espirituales. Esta visión no solo es un llamado a la tolerancia, sino también a la reparación de los daños causados por la incomprensión y el juicio social.
El Espiritismo ofrece una visión profunda sobre las relaciones sexoafectivas, entendiendo el sexo como un canal de elevación espiritual y no como una experiencia meramente material. En el libro Misioneros de la Luz, dictado por Emmanuel, a través de Francisco Cândido Xavier, se explica la conexión científica y espiritual entre el cuerpo y el espíritu, destacando la importancia de la glándula pineal como centro controlador de las energías sexuales y emocionales.
El mismo libro describe que las glándulas genitales están bajo la influencia de la glándula pineal, la cual genera “hormonas psíquicas” que regulan las energías generadoras del cuerpo. Este equilibrio entre lo físico y lo psíquico vincula al sexo con la experiencia espiritual. Según Emmanuel, “la glándula pineal conserva ascendencia sobre la totalidad del sistema endocrino” y está ligada a la mente mediante principios electromagnéticos aún desconocidos por la ciencia terrenal. Este vínculo permite que el sexo, cuando usado con responsabilidad, se convierta en un medio de ennoblecimiento personal y de desarrollo espiritual.
No obstante, se advierte que el mal uso de este potencial sagrado lleva al “multimilenario vicio de las energías creadoras”, resultado de vidas centradas en el placer materialista y el descontrol emocional. La falta de reflexión y disciplina en el uso de estas energías provoca desequilibrios en los centros vitales, generando consecuencias tanto físicas como espirituales. En sus palabras, “la voluntad desequilibrada desorganiza el foco de nuestras potencias creadoras”.
En el libro aclaran que abolir el sexo o la reproducción no es una solución para alcanzar la perfección espiritual, pues ello iría en contra de la Ley Divina. Más bien, “el empleo respetable de los patrimonios de la vida, la unión ennoblecedora y la aproximación digna constituyen el programa para acceder a la elevación”. Este enfoque subraya que la integración de la pareja debe basarse en el respeto mutuo y en la armonía, evitando caer en desequilibrios emocionales y físicos.
En el Espiritismo, las relaciones sexoafectivas no solo son aceptadas, sino valoradas como parte integral del plan divino en cualquiera de sus condiciones psico-corporales. Estas deben ser guiadas por el respeto, la disciplina y el propósito espiritual. El uso consciente de las energías sexuales no solo permite la salud física y emocional, sino que también abre caminos hacia la sublimación y la elevación del alma.
La falta de virtudes y la incapacidad de controlar nuestras emociones negativas nos conducen a enfermedades que afectan tanto al cuerpo como al alma. Según Pensamiento y Vida de Emmanuel, “los sentimientos poco dignos generan ondas mentales que alteran el equilibrio celular, enfermando al alma y manifestándose en el cuerpo físico”. Estas perturbaciones surgen no solo de nuestras emociones personales, sino también de la interacción con energías desarmónicas que atraemos al alimentarlas. La carencia de sentimientos rectos no solo desorganiza nuestras energías internas, sino que también nos expone a influencias externas que acentúan el desorden emocional y espiritual. Por ello, cultivar virtudes como la tolerancia, la compasión y el respeto no es solo un mandato moral, sino una necesidad fundamental para preservar nuestra salud integral y la armonía en nuestro entorno, fomentando un equilibrio que repercute positivamente en el colectivo.
La educación sexual es clave para construir una sociedad fundamentada en el respeto y la comprensión de la diversidad. Como explica Joanna de Ângelis en Constelaciones Familiares, “la educación sexual debe formar parte del programa familiar, abordando los problemas de forma natural y orientando hacia comportamientos saludables y dignos”. Este enfoque, lejos de ser meramente informativo, tiene como objetivo formar individuos conscientes de su propia dignidad y la de los demás, generando relaciones basadas en el amor, la ética y el entendimiento mutuo. No se trata de reprimir ni de ignorar las diferencias, sino de formar corazones capaces de amar y respetar a todos, fomentando una vivencia edificante de la sexualidad. La reencarnación, vista como una oportunidad sublime, nos invita a educar nuestras emociones y fortalecer nuestra moral para utilizar las facultades sexuales con dignidad y armonía, construyendo relaciones que eleven al espíritu y contribuyan al progreso colectivo.
Allan Kardec, en El Libro de los Espíritus, nos recuerda que las desigualdades sociales no son obra de Dios, sino del hombre: “Esa desigualdad desaparecerá junto con el orgullo y el egoísmo” (pregunta 806). Este mensaje no solo subraya la necesidad de superar las barreras que nos dividen, sino también de reconocer que el cambio comienza en nuestro interior, cultivando virtudes que nos permitan trascender el materialismo y el egoísmo. Además, en la pregunta 822 se nos enseña que, siendo iguales ante la ley divina, debemos serlo también ante las leyes humanas, practicando el principio básico de justicia: “No hagas a los demás lo que no querrías que te hicieran”. Con humildad, respeto y amor, avanzaremos hacia un mundo en el que el mérito espiritual sea el único criterio de diferenciación entre los hombres, fortaleciendo la gran familia universal de los hijos de Dios, donde las diferencias son vistas como oportunidades de enriquecimiento mutuo.